TEXTO DE LA PRESENTACIÓN REALIZADA EN LA 29ª. FUL PACHUCA DEL LIBRO TODO Y NADA, DE SAÚL IBARGOYEN, SEDIENTO EDITORES, LLEVADA A CABO EL DOMINGO 28 DE AGOSTO 2016.
AUTOR: NELIO EDGAR PAZ
Hoy nos encontramos reunidos, una vez más, junto a una nueva obra, una nueva creación del novelista, poeta, traductor, editor, periodista y animador de toda actividad cultural que se precie de tal en cualquier punto del planeta. Ibargoyen, antes de que el concepto globalización apareciera ya había recorrido más de la mitad del mundo haciéndose presente con su literatura y sus lentes de pasta, esos que ahora están de moda, para dar testimonio de que en una esquina del continente sudamericano también crecían poetas. Esos, que eran herederos de la tradición de Herrera y Reissig, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Líber Falco, habían emergido del remolino político y social que sacudió a la sociedad uruguaya a mediados del siglo XX. Poetas oficinistas, poetas burócratas, poetas de militancia social y política, poetas alejados de aquella Torre de los Panoramas de Herrera y Reissig, que caminaban con zapatos desgastados los polvorientos caminos de ciudades y campos convulsionados por la lucha obrera y social. Agrupados casi siempre en torno a las preocupaciones de su generación, con el oído atento al topo de la historia propia y ajena, fueron templando palabras en la fragua de la década de los sesenta. Cuando las olas militares cubrieron de represión, sangre y dolor varias sociedades del Cono Sur, Ibargoyen descendió, otra vez como tantas antes, por la escalerilla de un avión para pisar suelo mexicano. Pero esta vez no habría regreso a su “matria” hasta nueve años más tarde, cuando él ya no era el mismo, cuando aquella sociedad de la que había sido expulsado también había cambiado, en parte para recordarle que los viejos y nuevos enemigos seguían allí agazapados, que los miedos no se disolverían con arengas ni consignas, que la construcción sobre las ruinas sin afianzar la memoria es una tentación para el olvido. Como tantos otros transterrados en el devenir de la humanidad, Saúl Ibargoyen intentó aferrarse a la “matria” de adopción, recorrió a lo largo y ancho su territorio, deambuló por México cosechando amistades y experiencias inéditas que luego de sedimentarse florecerían en giros lingüísticos e historias entrelazadas con un sincretismo muy atrayente para sus lectores. El libro que hoy nos reúne es resultado también de una de las preocupaciones e inquietudes del autor, con la visión siempre puesta en el puro presente, pero cabalgando en la hiperrealidad tecnológica que nos ha elevado casi a una raza de dioses.
Algunas de las novelas anteriores de Ibargoyen (Toda la tierra, 2000), Sangre en el Sur, 2007 y Llorar pa´delante, 2013) pueden tomarse como referencia dada la presencia en ellas de un tópico que incluye a personajes siempre al borde del despeñadero emocional y la tragedia personal, así como también es común el recurso de las múltiples voces que narran, en esta ocasión, la saga de la familia Hudson.
El patriarca de la dinastía, el gringo John Richard, ha amasado su fortuna luego de una explotación despiadada de campesinos emigrantes y muere violentamente a mano de uno de ellos. Su viuda entonces vende la hacienda y acompañada por su hijo Marcial cruza la frontera hacia un destino incierto.
Marcial será el constructor del imperio del café Kawa, que además de la exacta mezcla de los granos perfectos importados de regiones exóticas, se basa en el agregado no muy estrictamente dosificado de un polvillo blanco que eleva y potencia las cualidades de la bebida aromática. Su hijo Alcibíades conquistará mentes y mercados para la familia Hudson, pero también enriquecerá salvajemente a la dinastía enroscándose sin pudor con los políticos corruptos y con los poderosos medios de comunicación como Tevetodo, cadena de televisión propiedad de los hermanos Emilia y Emiliano Mascarra. Hagamos aquí una pequeña digresión: Kawa es el nombre de una región en Sudán que se localiza entre la tercera y la cuarta catarata del Nilo, allí donde los faraones Amenhotep III y Tutankamon construyeron templos dedicados a Amon, dios del aire omnipresente que luego se transformará, con el culto al sol, en Amon-Ra.
Micki, el delfín del imperio, protagonista estelar de Todo y nada, recorrerá su camino vital acompañado por personajes que solamente Ibargoyen puede crear. Así van haciendo su entrada al escenario Tu Chang, un chino que profesa la religión de los judíos mezclándola con el taoísmo y la lectura de la Cábala, un valet al viejo estilo del siglo XIX, pero actualizado para todo servicio de verdad, desde lustrar zapatos hasta prestarse de buen gusto a los tríos amatorios. Adriano es ahora el chofer de Micki, pero cuando joven supo ser un futbolista que se negó a aceptar la corrupción de la FIFA y se transformó en un paria. Amancia es la niñera que cumple para Micki con las mejores fantasías de un complejo de Edipo no realizado en sustitución de la madre, Antonieta Urrieta Mendieta, una descendiente de vascos falsos que compraron su apellido, porque en realidad descendían de judíos sefarditas, y nos encontraremos, cómo no, un cura, siempre hay un cura en las novelas de Ibargoyen, Bendito Puro Facholo.
La galería de personajes se extiende mucho más, algunos de ellos con nombres inspirados en emperadores romanos (Augusto, Neroncio) o guerreros famosos como Alcibíades, padre de Micki. En los Hudson la familia es el infierno tan temido, ese en el cual el padre de Micki “quiere poseer a todos, una especie de macho alfa permanentemente dispuesto a cualquier tipo de cacería”.
El hilo visible y cada vez más brillante del sexo practicado con todo y con todos, los diferentes especímenes de lo que hoy se ha dado en llamar diversidad, que aparecen desafiando inclusive la imaginación más atrevida, el ritmo galopante de una vida exprimida sin contemplaciones ni medida hasta la última gota, no excluye que surjan ciertas reflexiones sorprendentes tanto para el lector como para los personajes mismos.
Puedo casi asegurar que la novela de Ibargoyen está inspirada en la breve y expansiva vida real del magnate argentino Ricardo Fort, quien murió a los 45 años, en noviembre de 2013, heredero de una poderosa industria del chocolate, que acumuló al final de su vida más de 200 millones de dólares, dos hijos producidos en un vientre de alquiler y 27 operaciones en su sufrido envase carnal.
Esa persona real también utilizó la televisión para promocionar, vender y explotar no solamente su imagen, que de eso se trata la televisión, y de esa forma construyó su fortuna, al igual que en la novela Micki, aliado con los hermanos Mascarra, publicita a niveles insospechados el consumo del maravillos café Kawa. Así es como Micki, quien se considera un dios, porque con esa visión se ve reflejado en un espejo y así se siente, aparece entonces un día en los estudios de Tevedotodo con ropajes y plumas de Caballero Águila.
Pasemos ahora al estilo utilizado por Ibargoyen, apoyado en neologismos e invenciones de términos que recurren a la síntesis lingüística de regiones geográficamente lejanas, mezclados con personajes millonarios que se dirigen al lector usando términos vulgares mientras los más ignorantes, en apariencia, utilizan construcciones gramaticales exóticas unidas con parrafadas seudofilosóficas.
El novelista inventa y se apoya en varios narradores e incorpora los testimonios de informantes, fragmentos de diarios personales, espionajes mal realizados y que además se resumen, traducciones instantáneas al mejor estilo de los navegadores web. Así, el «escriba de pie» Ibargoyen nos invita a un juego en el cual las líneas escritas en papel de izquierda a derecha sorprenden por sus recursos irónicos, y ciertas pequeñas trampas también, que dejarán a la intemperie nuestra ingenuidad y esa fe ciega en la letra impresa.
Saúl juega con nosotros, pero juega también con la verdad establecida acerca del tiempo, aquel que hemos dado en llamar “tiempo real”, y se apoya en Stephen Hawking para confiarnos que “en esta dimensión los tiempos funcionan de otro modo”.
En varias novelas anteriores, el autor ha insistido una y otra vez sobre temas que son cardinales en el desarrollo de su narrativa: los tiempos simultáneos que se superponen y recombinan situaciones solamente explicables con la física cuántica, la política partiendo desde Sócrates y Platón, la escritura, la historia, los viajes y las fronteras, la identidad y las religiones. Debo aclarar que si bien el autor no cree en la casualidad sí es devoto del azar, que es otro dios diferente y con más poder. La inquietud de Saúl por el tiempo, la conexión de la palabra impresa con un o unos posibles lectores, aparece también en otros textos suyos, por ejemplo cuando nos dice en Llorar pa´delante (2013)
«Lo que cada lector lee es sólo la cáscara de un complicado acontecer siempre impermanente, tan subjetivo como colectivo».
«El posible lector (o escucha, en caso de que le cuenten esta ya encarrerada narrativa), habrá de sospechar, casi de seguro, que algo no se ajusta a la contextura del personaje central».
O bien cuando leemos en unas líneas de Sangre en el Sur (2007):
«Lo que es muy cierto, señor, créame, es que uno termina por no darse cuenta si vivió la coyuntura o se la contaron (…) o como una vez que alguien me contó mi propia historia que yo le había contado… como si fuera la de él.»
No ha sido el novelista, el narrador, quien inventó las clases sociales. Pero sí sabe muy bien de su existencia y de la tozuda voluntad milenaria que han acumulado los propietarios de vidas y destinos humanos junto a montañas de dinero para presentarse como seres diferentes, mejores, elegidos, tal como lo han hecho los Hudson con su imperio del café Kawa.
Saúl exprime y doblega una manera de escribir que ya domina en su narrativa y nos enfrenta a esa verdad que por sabida no es menos verdad: los poderosos y sus Academias de la Lengua han diseñado una estructura de comunicación a través de la semántica para disimular, engañar y ser «políticamente correctos». Combatirlos en su terreno, sin confundirlos con molinos de viento, es el camino que ha elegido Ibargoyen desde que publicó por primera vez en 1954 El pájaro en el pantano.
Decenas de años y decenas de obras han pasado desde entonces por la vida del novelista, poeta, traductor, maestro de escritores, periodista cultural.
Lo más sorprendente de Todo y nada es el vigor y la potencia con que nos convoca a reflexionar en un tiempo donde la prisa, la inmediatez y la pasteurización de las ideas son las diosas reinantes.
Celebremos a este joven autor que sacude el árbol de las manzanas, no solamente para comerse la suya, sino para probar una vez más que la gravedad existe.