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Taller de poesía


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MAROSA DI GIORGIO – SAÚL IBARGOYEN

Quien esto penosamente escribe, hace diez años estaba en Monterrey, participando en un festival de poesía de los que en esa ciudad mexicana se realizan regularmente. En plática con varios colegas, uno de ellos comentó algo sobre el fallecimiento de Marosa.

Fue en un día húmedo y brumoso de agosto de 2004, así descrito por Alejandro Michelena, el que ella eligió para entrar definitivamente “en el lado oscuro de las cosas”. Alguien comentó que al momento de morir, susurró: “Siento que mamá me llama”.

       No puedo asegurar que sea una transcripción fiel, ya sea por limitaciones de oído o por el vértigo que aquellas palabras generaron en mi memoria. Tiempo después, escribiría unos versos dedicados a la presencia-ausencia de la poeta-niña que revolucionara vastos espacios de la lírica hispanoamericana.

         Mi primer encuentro con su obra poética fue a fines de los 50, pues el dios Azar (única divinidad apegada a la ciencia de lo posible) me acercó dos libros de pequeño formato, editados en Caracas: Visiones y poemas y Druida. Este último, sin deslumbrarme, fue señal de que algo distinto amanecía. En 1965, el sello Aquí Poesía, fundado por Rúben Yacovski, publicó Historial de las violetas. De ahí en más, todo fue la confirmación de que un sistema metafórico sin precedentes claros en nuestra lírica anunciaba otros rumbos, sobre todo si ubicamos la obra de Marosa en oposición al medio tono que es tradición entre nosotros. Si bien su mundo es autorreferencial, se abre, por su condición de metamorfosis permanente, en una espiral sin límites.

         Por supuesto que ya Saúl Pérez Gadea, con su juvenil Homo ciudad, había invitado a las musas a un banquete de enumeraciones caóticas e imágenes sorprendentes, apenas continuado después por otros autores. Tal vez mi tocayo y Marosa, en ese orden, estaban buscando la lengua originaria, el verbo escondido en la médula o la sombra del  habla. Tal vez ambos deseaban eludir la Historia en función de elaborar historias artísticas particulares (Amanda Berenguer también buscó lo suyo), esfuerzo corajudo e inútil, pues todo lo que hace la especie humana será Historia inevitable. Hasta la cultura banal o de buenos modales…

       Conocí a Marosa (si es posible conocer a un ser tan en sí y para sí) en un café céntrico, en Montevideo. Creo que bebimos una copa de tinto por cabeza. Hablamos de poesía, de los problemas de los poetas, de la necesidad de comunicación, de las amenazas de lo real.. Sus expresiones eran sencillas, directas. A partir de ahí, nos encontrábamos más bien azarosamente. Un hecho fundamental que registro es el de una presentación que hiciera en el Mercado de la Abundancia, primera vez que la escuché decir-cantar-recrear-respirar sus versos, como si al hacerlo procurara también tocar al menos las raíces el humano verbo, soslayando el férreo mito de la torre de Babel..

      Se presentó en el mercado por la noche, los cajones de verduras y frutas estaban cubiertos por lonas grises, un escenario desparejo. Ella apareció en un punto alto, como nacida de aquel ámbito oloroso a materias cotidianas. Luego de unos versos, desapareció para surgir en otro lado, más abajo, y así un buen rato, con nosotros -unas quince personas- siguiendo detrás de la sacerdotisa Marosa, portadora de una larga túnica blanca, que contrastaba con el brillante negror del pelo suelto. Éramos como los niños fascinados por el flautista de Hammelin.

       Suelo preguntarme, al cabo de releer cada tanto Los papeles salvajes, y haber difundido al menos parte de su obra en los talleres de creatividad poética que coordino colectivamente con mis presuntos alumnos, si Marosa tenía la “necesidad última” de la palabra escrita.

       En una charla informal, allá por el 90, me dijo que ejercicio de la poesía modificaba la realidad, es decir, Marosa s0ostenía los poderes mágicos tanto del habla como de la escritura. Además, para ella la poesía estaba en los seres y las cosas, era una entidad inmanente.

       Le decía que un crepúsculo no es un poema, es un crepúsculo, solo eso. Esta temática nos condujo a dos tres amables y firmes discusiones, pero finalmente la poesía misma es la que debe resolver diferencias y matices. Llegué a decirle que la poesía no se escribe, se escriben los versos o la llamada prosa poética; que tampoco se escucha, solo se oyen cáscaras sonoras: sencillamente, nos aproximamos y alejamos en un quehacer y una recepción dialécticos que quizás se sinteticen en instancias menos negativas y sangrientas que las ofrecidas por la Historia actual.

       Marosa: guardaremos tus voces, tus versos y tus días.

+LEER POEMA MAROSA IN MEMORIAM

SAÚL IBARGOYEN

Ciudad de México, noviembre 2014