Este texto fue leído en la Feria Universitaria del libro de Pachuca, con motivo del reconocimiento hecho por la Universicad de Hidalgo y la FUL al poeta Saúl Ibargoyen el 23 de agosto de 2015. Intervinieron en el evento Patricia Sierra, Marisa D’Santos y un público de más de cien personas, la mayoría jóvenes.
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Y Dios creó con la palabra, llamada por los antiguos vedas vak, teniendo relación con el aliento que se dispersa en el mundo después del latido del corazón, después con la filosofía griega, la palabra se convirtió en el logos, es decir, no sólo se quedó en lo que nace del corazón, sino que se reveló esencia de la inteligencia y del pensamiento divino.
Algunos hombres se hicieron escribas, crearon himnos, Salmos, cantos dirigidos a su dios, a la naturaleza, a la esencia divina, se cuestionaron el ser, y buscaron en el más allá de lo externo las preguntas interiores que dieran respuesta a lo que se es, pero, entre cada una de estas presencias surgió el poeta, aquél que entre sus pasos sentía jalar no sólo su propia vida, sino, que sintió el peso de los días al atraer extremos del universo, del dolor del mundo, que tuvo las estrellas en sus ojos porque abrazó la felicidad del niño y la inocencia escondida en los hombres y las mujeres que buscan llevar por otro lado los desafíos del destino. Sí, estos hombres y mujeres que en su caminar trazan la búsqueda, más allá de la razón, de lo espiritual, porque saben que la vida es un misterio que necesita recogerse en pequeños fragmentos convertidos en Cosmos, ya no en el universo que cubren sus pasos, sino desde el Cosmos, porque ya tiene un orden en las palabras que se escriben en el papel.
Pero con el paso del tiempo, algunos de estos hombres olvidaron el misterio de la ofrenda, de la búsqueda y se perdieron en la necesidad del reconocimiento prostituyendo no sólo su realidad, sino la de todo aquel que busca en su conocimiento descubrir, pero este paralelismo es necesario frente a la realidad del escriba que sigue transformándose y que sigue sintiendo la necesidad de encontrar, de contemplar y de escribir lo que percibe, no sólo con sus manos, sino con todo lo que es en esencia. Dentro de estos escribas se encuentra Saúl Ibargoyen, un hombre que escribe incluso al guardar Silencio, un hombre que muestra no sólo los actos, sino la esencia, nos revela que un poema no es un conjunto de palabras, sino la unión de símbolos, un hombre que no ve en la metáfora un recurso literario, porque entiende que la vida tiene diferentes formas de ser nombrada.
Hablar de la obra poética de Saúl, tendría que llevar varias horas, días y no sólo por la gran cantidad de libros publicados, sino porque cada poema necesita un enfrentamiento con la simbología de cada vocablo, significa preguntarse el por qué esa palabra fue la elegida para estar ahí, por qué esa fue presa de sus manos, y aquí, es donde entra otra pregunta, ¿una palabra, es apresada o es puesta en libertad cuando un poeta la toma y la deja tatuada en el papel?
Una tarde, hace años, cuando tuve la fortuna de tener a Saúl de maestro, dejó la tarea de poner arena y sobre ella trazar palabras, aún recuerdo la sensación de mis dedos irrumpiendo esos pequeños granos de materia, palabras que con el paso de los minutos se hicieron trazos, líneas perdidas en un pequeño universo expandido en lenguaje que sin decir nada decía todo, ahí comprendí el sentido de los dedos que marcó Jesús en la tierra frente al Sanedrín, y agradecí en Silencio la experiencia. En ese instante comprendí que Saúl era la naturaleza primigenia del poeta, porque sabe introducirse en la materia de cada palabra, porque siente su presencia en su humanidad, y se vuelve roca, y se libera, y entonces, pude escuchar con mis ojos sus palabras, (cito: el Silencio y la furia)
“Desde esta letra inicial comienza el principio del origen
déjame pues transitar el papel y el sonido
la tinta y el Silencio”
Y ante estas palabras no puedo más que mirar al cielo, cerrar las manos, bajar los párpados dejando que cada una de estas palabras permanezcan y se dispersen en el interior, para así, desde el momento en el cual son leídas, formen parte de mi historia de carne y de Espíritu.
Desde el momento en el cual me pidieron, hablar sobre la obra poética de Saúl, me pregunte, cómo podría yo hablar sobre sus palabras, porque se puede hablar de la vida, de su estructura literaria, pero, ¿de la poesía?, ¿cómo hablar de la poesía?, y me refugié en sus propias palabras (cito. Poema Antes la luz)
“nada hubo cercano a su propio ritmo
a su danza interior sosteniéndolo
nada hubo que se inscribiera
en el hondo indico con lenguaje mujer/hombre
ni en arcilla o roca
ni en susurro o nervio
ni en madera o cielo
y lo que hubo fue
y lo que fue
dejo de ser
porque, sólo puedo hablar desde lo que soy y desde ese espacio darle un significado a sus palabas, pero, ¿cómo podría hablar de la existencia que él le otorga a esas palabras?, acto que no es lo mismo.
Y entre ese recorrido, comprendí, porque en el lenguaje antiguo al lector se le dice “Caará”, tal vez, porque desde el momento en el cual se toma un poema el rostro de quien lee, toma un poco de lo reflejado en el rostro del poeta.
La obra poética de Saúl es un árbol, un inmenso roble, con infinidad de ramas, que llevan en sí mismas pequeñas hojas dejando claro que ninguna es igual, que cada una aunque se toque la misma nunca entrega la propia sensación, Saúl, otorga a cada palabra, el Nepesh, es decir, ese yo inmaterial que se relaciona con lo terreno, para que al pasar por la mirada reflexiva del lector se vuelva Pneuma, donde el yo se separa de lo terreno para ser uno con el todo.
La poesía de Saúl, se lee despacio, cada poema necesita el cierre del libro, para que se expanda en el Silencio, así al volverse a leer, lo ofrecido se esparcirá en el misterio que cada ser humano llevamos en el interior.
La poesía de Saúl no es como la Mishná, un tratado de palabras, de ahí que no pueda hacerse una crítica literaria, porque su poesía es el Ank, ese signo de vida tan significativo para los antiguos egipcios, porque lleva en sí misma la sabiduría de la antigüedad.
Tengo claro, que al pedírseme hablar de la obra poética de Saúl, se pretendía que hablará sobre su estructura, el estilo, la técnica, pero, ¿podría Platón, hacer una crítica filosófica sobre Sócrates?
La obra poética de Saúl no se define por la gran cantidad de libros editados, por el gran conocimiento que tiene de la gramática, para mí la poesía de Saúl ha sido parte de mis pasos, no sólo porque he tenido la fortuna de convivir con él en la cotidianidad, o porque he sido la poeta oscura, como me dice él, de sus talleres. Su poesía ha otorgado respuestas a mi vida en todo momento, cuando la asedia busca cobijar la existencia, cuando la euforia se precipita en la piel, cuando el ego intenta derrocar la búsqueda, en cada momento sus palabras y sus espacios se revelan otro de mis Libros Sagrados, sus vocablos me regresan al cauce, por ello, cito conforme los días, sus palabras (cito: Soneto XIX)
Este verso te dice que no corras detrás
del sueño que todavía no soñaste; pero mírate
huyendo de ti, de tus nalgas ensabanadas,
de las rojas gasas que tu entrepierna sostiene
Este verso te dice que un fantasma de huesos
Recorre las latientes latitudes de tu corazón
Como un esqueleto de papel mordido por los años
O el verbo carnal de un cuerpo que sí se desvanece
Este verso te dice, repitiéndose, que nadie
Esta tan solo como para inventar la soledad
Ni que nadie al irse del amor gana guerra alguna
Porque el desamor que en contra de ti ahora utilizas
Es un grito que encontrarás en la soñante boca
Cuando necesites usar al fin tus propias lágrimas
Y ante esto, ¿qué podría yo decir, cómo hablar de la sabiduría, cómo expresar lo que se deja en el alma?
Para finalizar diré, qué este texto más que hablar de la poesía de Saúl, es una puerta para que cada uno de ustedes lea su obra y perciba por sí mismo(a) la esencia, no de un maestro, no de un poeta, no de un escriba de escritorio, sino de un escriba,
un escriba de pie…
Martha Leticia Martínez de León… Silencio